De momento comparto con vosotr@s un texto de Gabriela Mistral titulado «Sentido del oficio».
Entre las desgracias
de América está la de tener, en algunas partes, artesanos
escasos, y la de no haberlos visto nacer en otras, todavía.
Confundimos artesano con peón, hortelano con «regador»,
herrero con forjador. El pobre continente manda la plata hacia las
orfebrerías de Europa Y no se ha puesto aún a formar sus
plateros.
¿Y si consideráramos el oficio como nuestro más
efectivo testimonio?
Damos prueba de nosotros en nuestra manera
de amistad y de amor, en la elección de un partido político o de
una fe; pero todos ésos son testimonios parciales o vagos; el
cómo encuadernamos un libro o damos nuestra clase en una escuela,
nos dice eso, si da el duplicado de nuestro semblante.
El
trabajador puede decir lo que dijo Cristo de sí: «Que mis
actos hablen por mí».
El objeto labrado es esquema de los
sentidos, del cuerpo y el alma del obrero. La manufactura superior
denuncia la justeza del ojo, la barbarie o la docilidad de la
palma, la vieja intrepidez de los dedos; cuenta, por la
insistencia de tal o cual color, el temperamento de su amo; en la
sequedad o la dicha del dibujo, dice sus humores. Hasta el copista
se expresa copiando, y hace confesión de sí mismo.
Muy torpe,
el uso corriente de juzgar a hombre o mujer fuera de su oficio.
«Fulano es mal abogado, pero excelente persona». 0, si
se trata de un herrero: «No sabe lo suyo, pero es un santo».
No, no hay probidad que pueda quedarse afuera del oficio. Quien
cojee en su profesión, cámbiela sencillamente, pero hínquese en
otra donde pueda alcanzar el último tramo y ser probo, partiendo
de su oficio como de un centro.
Eje de la vida, el oficio. Que
las demás cosas, consideración social, dinero, etc., sean radios
que de ahí partan.
Yo conozco en Chile innumerables sociedades
de artesanos sin más objetivo que la ayuda económica o la
recreación colectiva. Sociedades cuyo fin primero sea la
elevación de la capacidad artesana, no me las he encontrado;
locales obreros en cuyas salas estén unas cuantas muestras
felices de lo que el gremio ha logrado, cosas que creen el
ambiente del gremio y que muestren que ésa es verdaderamente la
casa de los forjadores o de los tejedores, tampoco las he
visto.
El obrero quiere ser significado por la elevación del
salario o por la representación laborista numerosa en un
Congreso; pero son sólo un costado de su reivindicación.
Se
significará totalmente por medio de su oficio mismo. Artesano con
salario alto y que nunca supera el último tipo y no crea un
modelo nuevo entre las criaturas industriales, que no conoce la
historia de su oficio, con los clásicos del cobre, de la
porcelana o el papel; que se queda en albañil pudiendo pasar a
constructor; obrero al cual para nada ha servido la herencia
enorme de los artesanos españoles de Toledo y de los italianos de
Florencia, es peón voluntario y lleva hurtado el nombre de
artesano.
Yo también estoy con los que quieren edificar nuevas
jerarquías. Que el dinero y la herencia cuenten cada vez menos
para dar sitio a los individuos en el mundo y que la cifra 1, la
2, la 3, pasen a ocuparlas los bravamente capaces. Pero cuidado
con los nuevos valores de chacota o de mentirijilla. No el maestro
por ser campesino, sino el campesino que ha hecho el mejor huerto
en el valle de Elqui o de Aconcagua.
Vamos caminando hacia la
formación de una aristocracia de técnica que ascenderá sin más
presión que la capacidad. Cuidamos que no resulte sólo a medias
legítima como las anteriores, y que se vuelva otro cheque girado
en falso.
Para la llamada «revisión de valores»
tomemos como documento principal el oficio. ¿Cuánto tiempo se le
buscó? Porque el oficio debe aprenderse toda la vida; cesa el
aprendizaje al acabar el trabajo, a los 50 ó 55 años. ¿Hasta
dónde se le conoció? Porque el oficio es cosa fateada como el
ojo del insecto o, mejor dicho, tiene diez o veinte estratos, como
las gredas, y quedarse arañando el primero es fijarse por sí
mismo en la plebeyez. ¿Se le regaló a su raza, dentro de la
artesanía elegida, una forma nueva? También se prueba el
patriotismo a través del oficio y se le vuelve una honra
colectiva. ¿Se puso precio con probidad a la artesanía o se
aprovechó cualquier ocasión de lucro fácil, tan fácil como el
del bolsista? ¿Se ensamblaron las piececitas del reloj o las del
armario con escrupulosidad preciosa, como si cada pieza fuese a
cantar el nombre del dueño? Porque la moralidad se comprueba
también en la obra artesana.
Yo deseo unas repúblicas futuras
en que los motes tontos de «rey del aceite» o «rey
del azúcar», se dejen de mano para resucitar, en cambio,
estos bellos nombres medievales: el «Maestro del cuero»,
el «Maestro del cáñamo» o, si se quiere volver a las
caballerías, el «Caballero de la forja».
Suelo leer
con más interés que las promociones de Bellas Artes a la Legión
de Honor, en la prensa francesa, las de Industria: X
«horticultor», Z «decorador», por servicios al
suelo y a la manufactura francesa. Me pongo a pensar en el
artesano chileno que apenas ha nacido, si ha nacido. Ni los
patrones se ocupan de cultivar sus habilidades, porque no se
engría y cobre más; ni a él mismo le importa mucho mejorarse,
porque ignora qué pascua permanente son sus artesanías en
Europa; ni el Estado ha hecho gran cosa por su ennoblecimiento,
aunque sea el protector natural de las labores manuales, una tras
otra.
No es verdad que el maquinismo haya acabado con el
artesano y que sea ya imposible que éste ponga sello suyo sobre
su criatura. La máquina ha substituido el pulmón del hombre, no
su mente, ni siquiera su dedo, a veces. El hombre dicta a la
máquina los modelos; la máquina le ha reemplazado los tendones y
el sudor sin arrebatarle ni una de sus prerrogativas para dar
gusto a su pasión de forma o de color. Sería infame un trabajo
en el que la voluntad de crear no pudiera ejercerse nunca y sería
estúpida la delegación del hombre completo en la usina.
Bueno
será reemplazar algunas de tantas fiestas cívicas nuestras por
«festividades artesanas», la del hierro o la de los
paños, la del choapino o el sarape. Ir significando en cada
ocasión al artesano, hombre esencial de las democracias de
cualquier tiempo. Hacer más: abrirles en cada ciudad grande el
museo de las artes industriales a fin de que ellos que no viajan,
conozcan la nobleza que en otras partes alcanza su propio oficio,
de qué millón de motivos es susceptible, cuánto material ha
incorporado a la, historia, lo mismo que las llamadas con tonta
exclusividad «bellas artes».
Cuando el artesano se
vuelva por su capacidad de creación tanto sesos como puños, y
corresponda a tal vigor de sus riñones tal fineza de pupila, se
caerá solo el muro que ha dividido el trabajo en jerarquías, y
broncero superior igualará a compositor de sinfonía y esmaltador
de Copenhague a -cirujano de Nueva York.
En: Grandeza de los oficios. Gabriela Mistral. Roque Esteban
Scarpa, comp. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1979